COLON EN EL RECUERDO

En la inocencia de mi temprana edad, aún permanecía galana y llena de atavíos la otrora tacita de oro del Istmo, la ciudad que no dormía ....Colón.

Algo imperecedero debió ocurrir en esa etapa de mi niñez que mi usual traicionera memoria, se empeña en recordar con punzante melancolía.  Eran los tiempos de la retreta en el impresionante Parque 5 de Noviembre.  Acudíamos allí acompañado de nuestros familiares y amigos todos los domingos cayendo la tarde, en espera de la banda musical del  Benemérito Cuerpo de Bomberos de Colón que ubicados dentro de la concha Acústica, simulaban una imponente orquesta en un hermoso anfiteatro.

Recuerdo el destello de luces a colores en cada pliegue de la Concha formando arcoiris artificiales en un marco espectacular.  Retraigo a la memoria y observo a mi abuela sentada sobre la grama del parque verde y limpia.  ¡Como disfrutaba de la brisa y del aroma de las enredaderas colgadas a montones en los cubículos de arquitectura romano que flanqueaban el parque.

La Concha, como acostumbrabamos llamar al Parque, también exhibía un conjunto de palmas reales que semejaban abanicos naturales por doquier.  Pero de las cosas del Parque que más atesora mi memoria estaba su hermosa fuente de refulgentes colores en constante ebullición.  Allí desboqué mis sueños de niño y nacieron mis primeras liras, aún ausentes de musa.

Diez años habría de tener, pero son tan vívidos los recuerdos.  Los Domingos de misa, ocasión que aprovechabamos grandes y chicos para exhibir nuestras mejores galas y atuendos en interminables procesiones desde la Iglesia hasta el Parque.  Aún me parece oir el fuerte pero melodioso sonido del campanario de la Catedral y ver como de todas partes acudían los citadinos al encuentro del Señor.

Angélica, la novia de mi infancia, permence detenida, fija , como un retrato en mi mente.  Vestía con un hermoso traje amarillo de lino puro, inflado por un glamoroso Cancán.  Adornaban sus largas trenzas doradas (porque en Colón también hay rubias)dos lazos de tafetán amarillo, amarillo como su traje y como sus medias que terminaban dobladas en encajes.  Finos guantes de seda blanca cubrían sus delicadas manos y una cartera en forma de cofre colgaba de sus hombros.  Así permanece inalterable la musa de mis recuerdos.

Era el Colón con sabor a naranjos, con sus calles amplias y limpias en donde todos los días parecían domingos.  Donde el el cotidiano silbar del ferrocarril se mezclaba con el sonar de los "yucaleles" en serenetas de calipsos en espera del turista.

Hoy Colón refleja un sombrío paraje lleno de desesperanzas.  Un dolor mudo se apoderó de sus habitantes.  El Parque aquel está tan deteriorado que su Concha parece más bien una cueva y hace tantos años que se secó su fuente y las enredaderas ya no crecen.  Pocos acuden a misa y ya no suena el campanario.  Angélica mi novia de antaño, se llenó de hijos de desconocidos padres el amarillo que lució su traje de niña se impregno en su pálido rostro y el vicio la doblegó.

Hoy mi Colón tiene un sabor amargo y sus calles amplias se han reducido de tanto acumular tristeza.  Es una Gran Ciudad amurallada, extranjeros se abrogaron el derecho a acorralarnos, nos eliminaron el mar, compraron nuestras casas y las derrumbaron, nosotros sus inquilinos ni siquiera somos sus vecinos, estamos allá más allá de los 4 altos donde nos escondieron para no vernos. La otra floreciente ciudad de Oro ya casi no tiene hijos.  Los que alimentó con su clima y sus
domplines le perforaron el vientre y se fueron....

Otros permanecemos incólumes , aun después del hastío, en la tierra de los Congos, esperando por mejores días, luchando.....procurando que la esperanza se tiña de blanco.

Autor:  Marcos A. Lim   Publicado en la Prensa en Sept 1998.


Saludos,
MLim